domingo, 14 de julio de 2013

El perro dorado, y de cómo la codicia no nos lleva a nada bueno

Corría el año de 1995, eran las primeras prácticas en campo a las que debia de ir, en Orcopampa, a 3,800 msnm, en la sierra de Arequipa conocí a quien me contó esta historia y cuya supervivencia encajó perfectamente con su manera de ser, Juan era un humilde y tranquilo ayudante del área de topografía quien por esos avatares de la vida no pudo ser campesino como su padre, a las tierras que su padre trabajó en Ayacucho no pudo volver desde que las tuvo que dejar en 1981; año en que entre terroristas y las fuerzas del estado convirtieron esos campos en los que creció feliz con sus hermanos en un verdadero infierno.
Juan tuvo que irse de esas tierras pues los terroristas habían amenazado con asesinarlo en la próxima incursión que harían al pueblo del cual él era una de las autoridades. Huyó solo, dado que era soltero, solo se quedaron sus hermanos mayores quienes también abandonarían esas tierras en unos días mas, Juan no encontró lugar donde trabajar y fue así como, sin querer, terminó contratado como peón por un minero artesanal en Arequipa. La zona en donde empezó a trabajar era tierra de nadie, la gente entraba a los socavones y algunos no volvían a aparecer, decían que se trataba de gente que cuando tenía suerte y lograba encontrar buen mineral se iban sin dejar rastro antes de que los asalten o los maten para robarles el oro. Lo cierto es que lo que me contó Juan, en medio de cervezas y festejos por el Huilancho, no tiene nada de común.
Un día en uno de los socavones de la mina artesanal en la que empezó a trabajar se encontraba perforando en un frente, hacía varios días que la veta de mineral se había perdido, obviamente el desánimo empezó a apoderarse de él y de su capataz, ellos dos, como únicos obreros en dicho socavón, habían tenido que seguir trabajando pues no podían pagar por el derecho a un mejor lugar de donde podrían sacar mineral con mayor seguridad, era  indispensable encontrar algo de mineral para no solo aspirar a otra zona más rica, sino, en el peor de los casos, a poder seguir trabajando en donde estaban.
En un momento en que se detuvieron para almorzar, Juan escuchó el lamento de un perrito, aunque lo buscó no logró encontrarlo, pensando que podía ser un perro desvalido dejó en una tapa de cartón parte de su almuerzo para que el perrito pudiera comer algo y de ser posible se acercara para poder ser auxiliado. Una vez que regresó a la bocamina y empezó a hablar con Evaristo, su capataz, se levantó y le dijo: "Mira Juan, mira!, qué mierda es eso?!" Juan volteó la mirada y grande fue su sorpresa al ver que a la altura de donde había dejado la tapa de cartón con comida se encontraba un perrito completamente dorado, todo su pelaje era de dicho color.
Evaristo no lo pensó dos veces, "Vamos Juan, hay que atraparlo, ese perro debe de valer mucho!", a lo que Juan respondió "No seas cojudo, déjalo al pobre animal tranquilo, debe de haber estado revolcándose encima del mineral del socavón que está a la vuelta del cerro, lo escuché llorando y le dejé comida allí, déjalo tranquilo!". "No carajo, ese perro nos va a traer suerte, voy a agarrarlo!" Y Evaristo rodeó la loma en la que estaban y se lanzó sobre el perro, grande fue su sorpresa cuando vio que el animal dio un salto de unos 3 metros para no ser atrapado, cuando dio el salto dejó una estela dorada tras de sí, Evaristo, en su afán de atraparlo levantó la tapa de cartón y botó toda la comida que Juan había dejado para el perro. "Vamos Juan ayúdame, ahora sé porqué no encontramos mineral, eres un flojo de mierda!" exclamó Evaristo. "Flojo no soy!, ese animal no te ha hecho nada, déjalo tranquilo" replicó Juan, el perro dorado entonces empezó a correr en camino al socavón, "Agárralo, agárralo Juan" gritó Evaristo, Juan se quedó en su sitio mirando al perro, el cual entró corriendo al socavón.
Evaristo, completamente enardecido, corrió detrás del perro, e ingresó al socavón sin pensarlo dos veces, el frente estaba a unos 30 metros, el perro había desaparecido, no había algún lugar donde pudiera haberse escondido, Evaristo empezó a maldecir su mala suerte y cuando se volteó para recriminar a Juan el no haberlo ayudado a atrapar al perrito ocurrió un derrumbe, Evaristo murió al instante sepultado por las rocas, Juan nada pudo hacer pese a que corrió casi de inmediato a tratar de rescatarlo, grande fue su sorpresa cuando vio que luego del derrumbe en el socavón se podía ver nuevamente a la veta del mineral, mucho más grande y dorada lo que significaba que había ahora muchísimo mineral para sacar, salió aturdido y asustado del socavón, y cuando salió vio nuevamente al perrito dorado, sacudiéndose pero conservando su pelaje dorado, nuevamente gimiendo como un lamento mirándolo fijamente, el perrito se dio media vuelta y se perdió volteando el cerro.
Juan rápidamente corrió a dar aviso del accidente y pese a que lo felicitaron por el mineral encontrado decidió no seguir explotándolo, se fue del lugar y nunca más volvió.
"A veces pasan cosas que nos quieren decir algo, yo creo que ese perro me dijo que no debía de seguir allí, en ese lugar la codicia era grande y en cualquier momento me podía pasar algo".
Cada cierto tiempo, cuando Juan escuchaba el lamento de un perro, no lo pensaba dos veces, dejaba un plato de comida muy pero muy lejos de donde estaba y se iba a su casa, pues la única manera de que el perro dejara de lamentarse era comiendo algo.